Queridos hermanos:
Alcemos nuestros ojos al cielo
para ver la gloria de nuestro Salvador:
cómo ensalza a la Virgen para que le conciba
cómo premia a la Madre cuando le da a luz.
Él se ha hecho al mismo tiempo don e hijo:
infundido en ella le otorga lo que a ella le falta
nacido de ella no se lleva lo que a ella le ha dado.
No le priva del honor de llevarlo en su seno
ni la entristece con los dolores del parto.
Acalla el gemido materno cuando va a nacer
y deja que se manifieste la ternura hacia el ya nacido.
Pues no estaría bien que gimiera de dolor
la que alumbraba el gozo de todo el universo,
o que el origen de la alegría
conociera la opresión del dolor.
En lo profundo del corazón,
la fe acoge con calor el anuncio del ángel,
el oído recibe la palabra que no deja lugar a dudas
y la seguridad de su fe queda confirmada con la esperanza
de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete.
Así el alma concibe lo que la fe le enseña,
así el espíritu alcanza en plenitud lo que ha elegido.
No nos diferencia de nuestro Redentor
la verdad de su naturaleza humana, sino su poder.
¡Oh inefable acción de Dios!
Dentro se experimenta el crecimiento del poder divino,
y fuera no se pierda la perfecta virginidad.
El Hijo Unigénito de Dios sale de las entrañas maternas
sin abrir la vía natural del parto.
Al ser concebido y al ser alumbrado
sella el seno de la virgen y lo deja intacto.
En esto, por lo que se refiere a nuestra salvación,
la misma naturaleza humana resulta una victoria,
pues con este parto ha vencido el enemigo
no menos que lo hará con el duro combate,
y es que por el misterio de su concepción
el enemigo se ha dado cuenta de que el que nace viene a reinar.
Un hombre de tal categoría tiene poder de dar la vida
con la que va a dotar a los demás;
y no la ha recibido de nadie, sino que la tiene por sí mismo.
Nadie se extrañe de que al nacer acoja a los que creó,
si antes de nacer era dueño de los que redimió.
Alcemos nuestros ojos al cielo
para ver la gloria de nuestro Salvador:
cómo ensalza a la Virgen para que le conciba
cómo premia a la Madre cuando le da a luz.
Él se ha hecho al mismo tiempo don e hijo:
infundido en ella le otorga lo que a ella le falta
nacido de ella no se lleva lo que a ella le ha dado.
No le priva del honor de llevarlo en su seno
ni la entristece con los dolores del parto.
Acalla el gemido materno cuando va a nacer
y deja que se manifieste la ternura hacia el ya nacido.
Pues no estaría bien que gimiera de dolor
la que alumbraba el gozo de todo el universo,
o que el origen de la alegría
conociera la opresión del dolor.
En lo profundo del corazón,
la fe acoge con calor el anuncio del ángel,
el oído recibe la palabra que no deja lugar a dudas
y la seguridad de su fe queda confirmada con la esperanza
de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete.
Así el alma concibe lo que la fe le enseña,
así el espíritu alcanza en plenitud lo que ha elegido.
No nos diferencia de nuestro Redentor
la verdad de su naturaleza humana, sino su poder.
¡Oh inefable acción de Dios!
Dentro se experimenta el crecimiento del poder divino,
y fuera no se pierda la perfecta virginidad.
El Hijo Unigénito de Dios sale de las entrañas maternas
sin abrir la vía natural del parto.
Al ser concebido y al ser alumbrado
sella el seno de la virgen y lo deja intacto.
En esto, por lo que se refiere a nuestra salvación,
la misma naturaleza humana resulta una victoria,
pues con este parto ha vencido el enemigo
no menos que lo hará con el duro combate,
y es que por el misterio de su concepción
el enemigo se ha dado cuenta de que el que nace viene a reinar.
Un hombre de tal categoría tiene poder de dar la vida
con la que va a dotar a los demás;
y no la ha recibido de nadie, sino que la tiene por sí mismo.
Nadie se extrañe de que al nacer acoja a los que creó,
si antes de nacer era dueño de los que redimió.
By.- R.C Fuente.-Admonitionis de la Misa de la Expectación del Parto de Santa María
Rito Hispano-Mozárabe.
Rito Hispano-Mozárabe.
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